En una noche clara y hermosa, había una pequeña estrella llamada Estrella que deseaba brillar más que todas las demás. Aunque su luz era suave, siempre miraba con envidia a las estrellas más grandes y brillantes que llenaban el cielo. Estrella anhelaba ser tan radiante como ellas.
Un día, decidió hablar con la Luna. "¿Por qué no puedo brillar como las otras estrellas?" preguntó. La Luna, con su voz suave y serena, le respondió: "Querida Estrella, cada uno de nosotros tiene su propio brillo. No se trata de ser el más brillante, sino de ser tú misma".
Estrella reflexionó sobre lo que la Luna le había dicho, pero todavía no estaba convencida. Quería demostrar su valía. Así que decidió que haría algo especial. En lugar de enfocarse solo en sí misma, comenzó a ayudar a otros. Cuando vio a un niño triste, iluminó su camino para que pudiera encontrar a su perro perdido. Cuando un viajero se perdió, Estrella lo guió hacia su hogar.
Con cada acto de bondad, Estrella se dio cuenta de que su luz se volvía más fuerte y hermosa. No necesitaba ser la más brillante del cielo; su luz era especial porque iluminaba la vida de otros. A medida que pasaba el tiempo, los demás comenzaron a notar su brillo y a admirarla por lo que hacía.
Finalmente, Estrella entendió que su verdadero valor no provenía de compararse con otros, sino de ser una luz de amor y esperanza. Al mirar al cielo, ya no se sintió envidiosa de las otras estrellas; en su lugar, se sintió orgullosa de ser la estrella que ayudaba a quienes lo necesitaban.
Moraleja: Cada uno de nosotros tiene un brillo único. Lo importante es usar ese brillo para ayudar a los demás y hacer del mundo un lugar mejor. La verdadera luz se encuentra en la bondad que compartimos.